Patrimonio majorero, la pobreza que salvó tesoros

Desde los muros desnudos de San Buenaventura, hasta la cornisa del antiguo Puerto de Cabras, Loren Mateo Castañeyra reivindica la conservación y rescate del patrimonio majorero. Fuerteventura fue una isla que por carencia, conservó retablos, púlpitos y solerías, a lo largo de un rico “cordón franciscano” de ermitas sencillas por fuera, y coloridas por dentro. El conservador de bienes culturales propone recuperar el nombre de Puerto de Cabras para el barrio de la zona centro, recuperar el orgullo que la capital no tuvo para preservar su casco histórico

Las ruinas del Convento de San Buenaventura | ©Arnán Martel
Las ruinas del Convento de San Buenaventura | ©Arnán Martel.

Entre los muros desnudos del Convento de San Buenaventura, en Betancuria, nos encontramos con el experto en restauración de patrimonio y conservador de bienes culturales Loren Mateo Castañeyra. Y desde allí, damos un salto en el tiempo hasta la Fuerteventura moderna, para conocer los vestigios del antiguo Puerto de Cabras, donde en la cornisa que sigue en pie, está “la memoria viva” de la capital majorera.

Bajo las ruinas del centenario convento franciscano, Mateo Castañeyra recuerda cómo en Betancuria “nace otra nueva cultura”, con la llegada de los franciscanos y la colonización desde principios del siglo XV. Reivindica la belleza austera del patrimonio majorero, la desnudez cultural sincronizada con el paisaje de la isla:

“Fuerteventura es muy rica en muchas cosas. En paisaje, en iglesias, en ermitas, en arqueología, que se está empezando a descubrir. A lo mejor se había considerado desde otras islas que era una isla pobre. Pero es una isla muy rica en muchos elementos culturales. El patrimonio arqueológico tiene una riqueza que no sabemos ni lo que puede dar todavía”, comenta el experto.

Porque, paradójicamente, como desarrolla en el quinto episodio de Mares de jable, en una isla percibida como pobre, fue precisamente la escasez en Fuerteventura la que frenó alteraciones del patrimonio que hoy lamentaríamos. El experto niega la mayor ante esa percepción, pues frente a quienes “la despreciaban absolutamente”, “ahora los historiadores ya se están dando cuenta de lo que es la pintura antigua en Fuerteventura. Aquí hay una colección pictórica, fantástica y escultórica igualmente, y retablística, y de púlpitos. Hay una riqueza muy grande”.

Hubo un momento, a partir del Concilio Vaticano II, que “cambió la liturgia, cambiaron muchas cosas dentro de las iglesias. Por ejemplo, las mesas de altar se quitaron, los púlpitos se eliminaron”, continúa. “Y como aquí no había dinero para hacer esos cambios, se quedó, y eso ha llegado hasta nosotros. Por ejemplo, en Fuerteventura tenemos muchísimos más púlpitos y retablos que en Lanzarote, porque allí hubo más dinero y los cambiaron. Las solerías de las iglesias, que aquí son de cantería y originales, se conservaron también.”

“Ante la sencillez, la blancura de las ermitas, que por fuera no tenían nada, solamente blanco y nada más, el contraste tan colorido que hay en el interior es asombroso”, aunque “hoy en día no lo vemos tanto, porque se han perdido muchas de las pinturas murales”.

Esa riqueza conserva incluso motivos de los intercambios con Centroamérica: “En el retablo de Santa María de Betancuria, en la parte del ático, hay representada una fruta del cacao, y aquí nunca se ha plantado cacao”. Y añade: “La imagen de la semilla del cacao, el colorido, ofrece un contraste muy grande y muy bonito ante la sencillez y la blancura de las ermitas; por fuera no tenían nada, solamente blanco, y nada más”.

“Porque antes, todas las ermitas e iglesias estaban decoradas con pinturas murales. Imagínate, de venir por el campo todo polvoriento, y de repente entrar ese jardín artificial que habían hecho de pintura. Debía de crear un impacto tremendo”.

La pobreza que apreció Unamuno

“Muchas veces la pobreza conserva algunas cosas que la riqueza no hace, y de ahí tiene un soneto, Unamuno. Cuando Fuerteventura era el culo del mundo, Unamuno fue el primero que encontró la belleza en Fuerteventura, el primero que reivindicó incluso esa pobreza”. Durante la conversación, relata un episodio de la visita a Canarias del pensador vasco, cuando en 1910 le invitaron a los Juegos Florales de Las Palmas. “En los juegos florales, las señoritas se vestían en largo, los poetas entraban…”, y a “quien a él le invitó, no sabía cuál era el carácter de Unamuno. A él eso le repateaba totalmente. Entonces les echa un discurso a las señoritas y a todos estos”.

 “Ya voy teniendo alguna costumbre de acudir a fiestas de esta naturaleza, con las cuales, si transijo, no más que transigir, es por la parte que tienen de cursis. Soy, sin embargo, hostil a ellas, y las acepto porque son un pretexto para hablar. … No me gustan estas fiestas porque en ellas se profana lo más sagrado que hay en el hombre, la palabra, en su forma más noble que es la poesía”.

- Miguel de Unamuno, en el Teatro Pérez Galdós, 1910.

En otro de sus artículos, añade el conservador, dice don Miguel que “Fuerteventura es una isla para los ermitaños y los pensadores, no como Las Palmas o Tenerife, que son jardines artificiales para los turistas”.

Convento de San Buenaventura, en Betancuria.
Convento de San Buenaventura, en Betancuria | ©Arnán Martel.

“Hay restauraciones peores que el paso del tiempo”

“Desde que el restaurador de bienes muebles o inmuebles se pone en plan creativo, a hacer cosas que no sabía cómo estaban, o a emplear materiales que no eran los que se deberían emplear, es una auténtica barbaridad.” Loren Mateo advierte que “muchas veces es un problema mayor la intervención que el mismo paso del tiempo”, y hace un llamamiento a las administraciones para que no ciñan sus políticas de restauración solo al patrimonio protegido: “Deberían dar ejemplo”.

Recuerda que, habiendo bienes que por la Ley de Patrimonio no estén declarados Bien de Interés Cultural o no tengan algún grado de protección, “hay otros bienes que no tienen esa valoración, pero que son igual de interesantes, como son las casas populares. Entonces, aunque la ley no sea explícita en ese caso, sí se debe restaurar de la misma manera”. “Siempre me ha parecido que el mejor piropo que le pueden decir a un restaurador, ante una obra intervenida por él, es que parece que no está restaurada”.

Las ruinas del Convento de San Buenaventura

El cordón franciscano: austeridad en el paisaje y los materiales

Para Loren Mateo, el paisaje insular y su patrimonio mantienen una relación de concepto, pues “la filosofía de los franciscanos, de la humildad, de la pobreza, de la austeridad”, “encajó perfectamente con lo que es el paisaje de Fuerteventura”. “Veo la sincronía que hay entre las ermitas, lo sencillas, lo simples que son, con la idea del franciscano”. Su visión es la de un “cordón franciscano”, con una treintena de ermitas “sobre las colinas, sobre las montañas, recorriendo el paisaje de Fuerteventura”.

Defiende la mínima intervención, el respeto al estilo de los autores y a los materiales originales que proveía el territorio majorero: “La mayoría de las construcciones son a base de piedra y con la argamasa muchas veces simplemente de barro”, al igual que los encalados “con los productos de la tierra, la cal y la arena”. De ahí su criterio de intervención, en el que “la pintura era a base de cal, elementos todos ellos que hay que emplear en la buena restauración, no los cementos que deterioran los edificios antiguos”.


El barrio de Puerto de Cabras, una propuesta de futuro

Concluye la entrevista con el conservador en el frente marítimo de la capital. En el espacio que hoy cruzan los coches, en la zona conocida como Las Escuevas, es donde “aprendió a nadar la chiquillería”, cuando el antiguo Puerto de Cabras se asomaba directamente al mar desde “este trozo de la cornisa, que es indispensable conservar”. “Es lo único que nos queda de Puerto de Cabras, de la entrada natural a la isla desde el mar”. 

Loren Mateo Castañeyra, con la cornisa al fondo.
Loren Mateo Castañeyra, con la cornisa al fondo.

En Puerto del Rosario, la ausencia de un casco antiguo comparable al de otras capitales canarias abre una conversación sobre un patrimonio que no hemos conservado “por falta de orgullo”. “Tal vez se conservaron las iglesias porque eran más grandes, más potentes. Pero es un error, porque aunque sean casas humildes, tienen el mismo valor, o más”. “Hay que tener conciencia: que sea una casa humilde no va a quitarle la importancia. Aquí la tiene muchísima, porque no es una casa, es un conjunto, que nos da la imagen de lo que pudo ser”.

Loren Mateo rescata una mirada de época al describir el litoral: “tiene rostro de viejo lobo de mar, con unas casas que se alongan para ver las olas”. De ahí su propuesta simbólica: si bien la capital majorera se llama hoy Puerto del Rosario, el nombre de Puerto de Cabras “habría que reivindicarlo de alguna manera (…), a lo mejor hacer un barrio, el barrio centro, y llamarle Puerto de Cabras, como recuerdo”. 

Litoral de Puerto Cabras, en una imagen histórica.
Litoral de Puerto Cabras, en una imagen histórica.

¿Y qué podemos hacer para no repetir los mismos errores? Su postura es clara: “Darlo a conocer. Porque lo que no se conoce, no se valora ni se quiere. Hay que indicarlo, hay que iluminarlo, hay que enseñarlo a la gente”. A pesar de los intereses urbanísticos que amenazan con demoler la cornisa para levantar un edificio de hasta cinco alturas, asegura que “yo soy optimista. La cornisa no se va a tirar, ni podemos permitir que se tire”. “Yo creo que nadie con sentido pudiera querer que esto se perdiera”.